Iván Humanes nació en Esplugues de Llobregat (Barcelona). Licenciado
en Derecho por la Universidad de Barcelona.
Es miembro del consejo
de redacción de la revista Quimera.
Revista de Literatura.
La patafísica y el
surrealismo son algunas de las referencias que encontramos en la obra de Iván
Humanes así como autores heterodoxos como Fernando Arrabal y Boris Vian.
Su prosa va del cuento fantástico a la novela negra y al microrrelato erótico. Entremezcla las historias policíacas con narraciones fragmentadas y metatextuales. En su escritura, lo fantástico se cuela en la realidad. Satiriza sobre el mundo literario y las pretensiones de los autores.
Su obra:
La memoria del laberinto (Biblioteca CyH, 2005).
Malditos. La biblioteca
olvidada
(Grafein, 2006), en coautoría con Salvador Alario Bataller
101 coños (Grafein, 2008), junto
a Salvador Alario Bataller y Carlos Maza Serneguet.
La emboscada (InÉditor, 2010),
novela negra.
Los caníbales (Libros del
innombrable, 2011) que fue finalista del Premio Setenil 2012 al mejor libro de
relatos publicados en España.
Lengua de orangután (Base, 2015)
Ha escrito guión
cinematográfico:
Coguionista de los
documentales El boxeador (Libros del
Innombrable, 2012) sobre la figura del campeón mundial de boxeo Perico
Fernández,
A.T. Cuadernos tiempo (2013), sobre la vida y la poesía del poeta
Antonio Tello.
Guionista del
largometraje Vestigis dirigido por Iván Morillo del que se prevé su estreno
a finales del año 2015.
Sinopsis: Elena pasa por un momento difícil en su
vida. Con el recuerdo de su hija pequeña fallecida años atrás y cada vez más
distanciada de su marido, mantiene una relación sentimental con Erika, una
exalumna suya. Preocupado por su matrimonio, Marcos, el esposo de Elena, decide
acudir a Hermann, un terapeuta matrimonial que les propondrá una terapia
intensiva: someterse durante un fin de semana a su novedoso programa para
salvar la relación.
Como muestra de su
literatura he aquí un relato suyo titulado La variable y que inicialmente se
publicó en la revista digital Sísifo:
Un
escarabajo boca arriba mueve sus patas, y él lo toca con el bolígrafo, y
prefiere no girarlo porque quiere que conserve su apariencia de caminar por el
cielo azul, y decide salir del jardín y volver al despacho donde están sus
libros, y luego subir los peldaños de la escalera dejando atrás el salón con
las cortinas rojas y la mesa con sus platos y las dos copas de vino vacías,
todo ello para anotar que la naturaleza es azar cuando no puede identificarse
la causa y que la causa del escarabajo boca arriba es pura confusión, como lo es
el hombre, matiza, porque la situación del objeto depende del que mira, tal y
como le sucede al gato de Schrödinger en la caja en la que el que observa
modifica el estado del gato, y ahora está vivo y ahora muerto, y lo piensa
sentado con una taza de café en la mano pese a que el café ya está frío, porque
era café de mañana y ahora ya es tarde de verano, y en esas decide ir a lavarse
las manos, y vuelve a su sillón negro y tiene la ocurrencia de que Dios es un
gran pájaro, un faisán que va dando y quitando, y lanza los dados provocando la
estadística, y así está durante casi dos horas anotando en su cuaderno las
probabilidades hasta que coge un libro de Everett de la librería sin caber de
asombro porque ha tomado ese libro como quien agarra un boleto de lotería
ganador, y lee sobre los múltiples universos que vienen a ser universos
paralelos donde desde un punto un hecho se ramifica en variables, todo
descuidado a la eventualidad, y describe en su cuaderno los acontecimientos de
su vida que llega a recordar teniendo el cuidado de trazar bastantes flechas
para cada uno de ellos, y luego imaginar otras derivaciones posibles que se
hubiesen dado, y así elegir y no quedarse anclado en el acontecimiento único
que va en línea recta porque esa es una línea odiosa que acaba por ser un
resumen cruel del azar, y eso lo madura mientras se asoma a la ventana que hay
frente a su mesa y coge los prismáticos para ver si el escarabajo continúa
dándole a la carrera, y no logra situar al bicho en el jardín pese a realizar
un rastreo cuidadoso, deja los prismáticos a un lado y se quita las gafas, se
masajea la frente, y en un arrebato le viene el recuerdo ruinoso de lo sucedido
hace unas horas, tan solo unas horas, la ruptura del universo rectilíneo, y que
se resume en que A –que es él– conoce a B –que es ella– en la facultad, y B
acepta acudir a E –que es su casa, la casa de A– tras la estrategia desplegada,
y acude hoy mismo, hoy, hace unas horas, y así hablan de los encuentros
accidentales que bien podrían ser la tesis de B para que A acepte su
contratación como becaria, y B le aconseja a A que pare porque está demasiado
impaciente, sexualmente impaciente le matiza, y A se enoja, y B quiere salir de
allí, y A que procura calmar su furia contemplando el cuadro de encima de la chimenea,
y B que corre a la puerta y A que corre detrás de ella, y A que no la alcanza y
se cae porque siempre fue un profesor muy torpe, y luego B alejándose por el
camino, y como resultado A que ha perdido a B y hasta ahí todo más o menos
correcto y punto y final y se acabó, pero la verdad es que no hubo punto y
final rotundo y no lo hubo porque inmediatamente en la casa de al lado C –que
es el otro, la variable– con su suéter de marca y cabello engominado sale a ver
qué sucede, y B ya es un punto diminuto en el camino, y A le dice que no sucede
nada y que no se preocupe, y sin más B –ella, sin más– que saca la cabeza por
la puerta de la casa de C, y luego su bello cuerpo, y también pregunta y sale
al porche como si hubiese estado desde hace siglos en esa casa, y C y B fuesen
marido y mujer, y C le da la mano con cariño a B y un niño se asoma por una de
las ventanas como resultado del confort de ese hogar, y es entonces ahí donde
se justifica la necesidad de cambiar los acontecimientos y ser justo con la línea
y eso pasa por suprimir la variable del universo múltiple que ha explotado en
las narices, y el azar en la vida y la multiplicación de los mundos y aplicar
mano y palo al hecho de la casualidad sin quedar nada más que embestir de
frente para conquistar la confusión y golpear a C con la fuerza de cien
leñadores, si bien eso lo piensa ahora en el despacho mirando al jardín y en la
seguridad de la casa y concluyendo que como mucho acabar con la repugnancia del
escarabajo y plaf, y el escarabajo debajo de la suela, una mancha marrón no
más, y así aplastar definitivamente a ese insecto que tanto le recuerda a sí
mismo, dar otra variable a la fortuita vida del escarabajo, inesperada para el
mundo de ese coleóptero concreto, y pisotear así al inútil profesor que estudia
el azar, al asqueroso insecto que siempre fue.
Muy bueno el relato, con ese marco del escarabajo que encuadra todo y que todo lo explica. Y esa brisa cortazariana y ligeramente kafkiana que se infiltra entre los renglones, sin un punto de respiro, porque de lo que se trata es de comunicar al lector esa desazón, ese desasosiego, y que logre ponerse en la piel -¿o debo decir caparazón?- del autor.
ResponderEliminarMis felicitaciones.